La NASA comenzó a interesarse en el planeta rojo
poco después de su fundación, en 1958. La primera
misión, denominada Mariner 4 (1965), se limitó a
sobrevolar Marte, tomando el mayor número posible
de fotografías a su paso por el planeta. Cuando
los conocimientos y tecnologías fueron suficientes,
la NASA decidió poner en órbita una nave para la
ejecución de estudios globales de larga duración.
Más tarde, y haciendo uso de tecnologías aún más
modernas, la NASA comenzó a enviar naves con el
fin de aterrizar en la superficie del cuerpo celeste,
comenzando con las sondas Viking 1 y 2 (1976). Con
los róvers Sojourner (1997), Spirit y Opportunity (2004)
y Curiosity (2012) pudimos por fin pasear por la
superficie del planeta.
Las misiones anteriores pusieron de manifiesto que,
para determinar las posibilidades de que Marte
albergase vida microbiana, era preciso aplicar una
estrategia que permitiera descubrir los «rastros de
agua». Los satélites en órbita alrededor del planeta,
las naves que se han posado sobre su superficie
y los róvers que se han paseado por ella nos han
proporcionado numerosas pistas de la existencia
actual o pasada de agua en Marte. El Laboratorio
Científico de Marte es, con su róver Curiosity, la misión
más reciente y ambiciosa del Programa de Exploración
de Marte de la NASA. Pero hace falta dar un salto
importante para poner en marcha la actual estrategia
de exploración de Marte de la NASA: «buscar señales
de vida». Durante los primeros años de la misión,
el Curiosity descubrió que el cráter Gale presentó
alguna vez las condiciones adecuadas para fomentar
el desarrollo de vida microbiana: aguas superficiales
duraderas y, al menos, seis elementos químicos que
se consideran ingredientes clave para la vida.